«A tu vera» es mi canción favorita de Lola Flores. La letra es de las buenas y eso hace que empatices con quien la canta y te emociones por cuánto cuantísimo quiere ella a ese hombre que no le hace ni caso. Qué bonita es la constancia en el amor, pensarán algunos. Pero en el fondo no deja de ser la historia de una brasas: una chica que se enamora de uno de su pueblo y que lo sigue como un perrito faldero, como si fuera el hermano pequeño pesado que no te puedes quitar de encima cuando vas con tus amigos y te interrumpe cada dos por tres con la boca tonta y medio abierta:
-¿De qué se ríen?
Vete de aquí, piensas tú. Pero no dices nada porque ya lo has intentado y cuando le echas a patadas es peor porque se pone a llorar y siempre hay algún alma sensible entre tus colegas que siente pena por el crío y te dice que se quede que no molesta. Es mejor ignorarle abiertamente y esperar a que se canse. Pero nunca se cansa. Igual que Lola Flores en el tema, que se ciega de tanto mirar, que de tanto escuchar «que no» directamente pasa de traducir y se queda en que su amor la ha hablado, un amor que es un hombre que se ha hartado de ser primero amable, luego claro y después hiriente y que practica la indiferencia abierta mientras se plantea:
¿Pero es que no tiene dignidad?
Porque «A tu vera» es precisamente eso, la declaración de principios de alguien sin dignidad y, sin embargo, nos parece preciosa. Eso es lo que más me gusta de la literatura, el poder de manipular y conseguir que algo que objetivamente es repulsivo nos resulte aceptable o incluso hermoso. Como el pederasta de Lolita (la novela, no la de Sarandonga) cuando describía embelesado a sus nínfulas. En definitiva, que «A tu vera» es otra de esas canciones que te enamoran con una sola condición, que no te la estén cantando a ti.
Mis coordenadas músicoespaciotemporales están a años de Lola de España, pero quizás estén más cercanas a Rafael de León, artífice de esta oda (y tantas otras) ya no a la brasas, si no a la desquiciada, al obseso, a los tipos raros y a las mujeres que viven encerradas entre paredes encaladas esperando al Córdobes (historia ésta última auténtica de una chacha de mi pueblo).
Los andaluces somos una mezcla de celos, obsesión, chulería y gallardía torera, según la coplas (y la Copla). Cetrinos con patillas, morenas con peinetas. Todo muy racial.
Quizá esa sea una de las claves por la que ponga mi cabeza en señores del Imperio austrohúngaro. Lo genial del caso era que los que escribían y componían estas cosas eran señores muy cultos y leídos, unos modernos de su época, maravillados por el arabesco aire andaluz y la fragancia de las noches de verano en el patio de las tabernas, que huele a San o Don Pedro. Y por quitar el hambre a las gentes a fuerza de canciones en los cines de verano y no con pan.
Y luego que el tío sea un puto adefesio.
Jajajaja, qué bueno Xavi Puig. Qué buena sorpresa ver que has vuelto también a los arándanos. Felicidades!
Qué grande esta señora… todo un carácter. Me quedo con la respuesta que le atribuyen ante una pregunta que le hicieron: «Lola, ¿tú qué tipo de libros lees?», a lo que ella contesta: «Yo no leo libros. Yo hablo directamente con los autores…».
«la declaración de principios de alguien sin dignidad » no puede ser otra cosa que bonito, no hay manipulación ahí. Los sacrificos heróicos siempre nos parecen muy románticos.
No tener dignidad no es bonito, y no ser valiente tampoco lo es; sin embargo, entiendo y veo que es enternecedor. La verdad es que ser valiente es una jodienda, yo estoy hasta la polla de ser valiente.
Lo que viene siendo un PAGAFANTAS, vaya.