Me han regalado una botella de vodka. Es Absolut y está vestida de lentejuelas rojas, va más elegante de lo que yo iré nunca aunque no le tengo envidia porque sólo es una botella. Recuerdo que hace unos cuantos años yo tenía en el cuerpo una mezcla poco excitante de tristeza, melancolía y aburrimiento y entonces decidí salir de casa e irme a un bar de Malasaña (el barrio alternativo-guay de Madrid) a buscar aventuras. No sé si esto ya lo he contado aquí alguna vez.
Lo que de verdad quería era enamorarme esa noche. En las pelis te venden que si vas sola a un bar entonces se te acerca alguien que probablemente fumará y te soltará alguna frase tope ingeniosa que te hará reír. Entonces él daría un trago a su cerveza y tú aprovecharías para fijarte en su bíceps -bendito músculo- y pensar: o esa cerveza pesa mucho o este tipo tiene un brazo realmente admirable
Pero antes de que pase eso y continuéis con bromas cada vez más ingeniosas tirando a insinuaciones sexuales, tú te habías encontrado sola en la barra ante la camarera decidiendo qué copa pedir cuando en realidad no te apetece ninguna copa porque como hace de esto cuatro o cinco años tú aún no te habías aficionado a los cócteles y el alcohol seguía siendo algo de mayores que vestía mucho pero que sabía peor y costaba más caro que una cocacolalight. Total, que te acabas pidiendo un vodka por descarte (martini es de niñas tontas, no has abordado ningún barco como para brindar con ron, y whisky es de tíos con barba de dos días). Deduces que lo más sexy es pedirte vodka, y si eliges acompañarlo de naranja es por pura estética, porque esa noche el naranja te parece más mono que el amarillo (a veces las decisiones vitales son así de idiotas).
En fin, recuerdo que pensé que había salido ya de ese marrón cuando me preguntaron qué marca de vodka quería y ya la cagué porque ya me había costado decidir que quería vodka, pues imagínate ya la marca. Así que hice como si en vez de una camarera de bar, aquella chica (o chico, la verdad es que no lo recuerdo) fuera un camarero de mesón segoviano que pudiera recitarme entera la carta de postres. El o la camarero debió de calarme –menuda parda- aunque hizo el esfuerzo de enumerarme todas las marcas de vodka que tenía y yo pedí una de nombre ruso que era más o menos pronunciable.
Al final me tomé mi copa y no se acercó nadie a hablar conmigo, ni fumador ni no fumador. La historia parece patética pero en realidad aprendí una cosa: que salgas de casa buscando una escena de película y ésta no suceda no quiere decir que las escenas de película no pasen nunca, simplemente es que esa noche no estaban rodando.
Hoy hubiera pedido Absolut en vez de la marca rusa que no recuerdo, porque alguien que teje un vestido de lentejuelas rojas a una botella no puede ser mala persona. Y si lo es, entonces es una mala persona muy original, y eso ya es bastante de película.
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