El gato

12 06 2011

El gato trotaba a buen ritmo al lado de la pared, calle abajo. Golpeaba la acera caliente con sus pequeñas almohadillas sin variar en ningún momento la velocidad de su paseo. No prestaba atención a las baldosas que pisaba, y cruzaba de acera sin preocuparse de si venía algún coche. Pasaba por delante de peluquerías, bares y kioscos sin percatarse de si estos estaban abiertos o cerrados. No giró la cabeza cuando a una señora se le rompió una bolsa llena de ciruelas y tampoco miró al bebé que desde su carrito alargaba sus dedos para acariciarlo. Ni siquiera al pasar por delante de la iglesia, abarrotada tras la misa, el gato cambió de dirección ni de ritmo. Más de tres veces estuvieron a punto de pisarlo, pero fueron las piernas las que le esquivaron a él, y no al revés.

La calle, lisa hasta ese momento, empezó a empinarse y, poco a poco, se convirtió en cuesta. La tripa del gato se hinchaba y se vaciaba cada vez más deprisa, pero su velocidad seguía manteniéndose constante. Pronto dejó de pasar por delante de comercios, y los edificios que iba dejando atrás estaban casi todos vacíos. Las baldosas se convirtieron en carretera y la carretera acabó siendo un camino mal asfaltado.

En los límites de la ciudad, un viejo hacía pis en la pared desconchada de una fábrica abandonada. El gato pasó por debajo del arco de orina, chapoteando sobre el charco amarillo. Sus almohadillas quedaron entonces marcadas sobre la tierra y el viejo lo vio adentrarse en línea recta con dirección a los arbustos. Antes de que se abrochara los pantalones, el gato se había perdido a ritmo constante entre las zarzas. El sol ya había secado sus huellas.





Cul-de-sac

13 10 2010

El piso es un bajo bastante desordenado de Malasaña, el barrio joven-alternativo-molón de Madrid. Una estantería negra rebosa cantidad de libros y añora los tiempos en que cada estante tenía una sola fila estudiadamente ordenada e incluso un huequito para alguna figura chula de decoración comprada en el Soho de Londres. Los volúmenes se aprietan de mala manera, asfixiados y con las puntas dobladas hacia fuera. La mesa del salón no ofrece mejor aspecto, hay una orquesta de latas de coca cola y cerveza con cantidades distintas de líquido caliente en su interior (algo similar, pero con menos glamour, a esas copas de cristal que algunos artistas callejeros hacen sonar acariciando los bordes con los dedos ante un público que se relame ante una demostración de arte inesperada y conmovedora, la mayoría de los cuales no aporta una propina o deja menos de un euro). También hay migas de pan, una revista arrugada y un cenicero que Juanjo recupera y posa en su rodilla. Aunque la casa tiene unos ventanales envidiables, la luz que se cuela es mustia y haría falta encender un par de lámparas para conseguir un ambiente saludable. Pero Juanjo tiene las bombillas apagadas y así las deja, desde el sofá me mira con cara de «cuando quieras empezamos, aunque nadie lo diría, tengo una vida que vivir».

Por dónde empezar. Me gustaría comenzar por la estantería, pero Juanjo la mira con desidia y reconoce que hace más de un año que no lee un libro. Se enciende un cigarro y yo rebusco entre las preguntas de mi libreta porque de repente me he quedado en blanco. Resulta que hay veces que, a pesar de haberte pasado horas documentándote, cuando te sientas frente a tu objeto de estudio te das cuenta de que no te interesan una mierda las posibles respuestas a tus estúpidas preguntas. Una situación incómoda, porque encima tienes que adoptar una postura falsísima de controlarlo todo. Decido dejarme de rodeos y disparó a la rodilla del joven desempleado.

-¿Qué es más deprimente en estos tiempos: tener un trabajo o no tenerlo?

Juanjo aspira y expulsa el humo del cigarrillo en mi dirección, lentamente, como si quisiera irritarme los ojos despacito.

-Esa pregunta sólo tiene sentido hacerla si tienes un empleo.

-Vamos de victimistas, ¿eh?

No sé por qué he dicho eso, desde luego no está incluido en el manual de «Cómo lograr buen rollo en entrevistas». Trago saliva y aguanto su mirada, preparada para una invitación a marcharme de su casa inmediatamente. Sufro por el estado de mi cuenta corriente y empiezo a elaborar una excusa para explicarle a mi jefe que la única colaboración que me ha encargado este mes en la revista se ha ido a la mierda porque soy una bocazas. Sin embargo, tras un momento de tensión, el tío se ríe y me dice que estamos en una época de victimismos y que si no lloras te toca poner el hombro y aguantar las penas de los demás.

-Yo ya me he cansado de hacer de psicólogo del resto- confiesa.

Intento tirar del hilo contándole, por contraposición, lo mucho que me deprime escuchar en boca de la gente el discurso de confianza y seguridad que tanto había explotado yo misma hace unos años, que no sé qué me da más rabia, si la ingenuidad del que lo expone o la convicción de que esa persona es un conejo a punto de pegarse la hostia de su vida.

-Yo tampoco es que pensara en un éxito abrumador, fama ni tonterías de ésas- asegura, poco convincente, mirando al techo-. Pensaba en estar satisfecho con mi vida, disfrutar haciendo lo que se me daba bien hacer y con eso tener para pagarme un par de cenas fuera a la semana y probar suficientes cócteles como para tener claro cuál era mi favorito y a partir de ese momento pedirlo siempre. Quería tener ganas de levantarme de la cama, no de que llegara la hora de acostarme. Tenía ganas de que la gente se interesara por lo que hacía y que eso me permitiera ganar dinero para seguir haciéndolo. Ni siquiera soñaba con poder permitirme ir de viaje cada verano a Viena, Amsterdam o Nueva York y hacer fotos superoriginales con mi réflex de 800 pavos. Mi situación concreta ahora es una cuestión de dinero, pero sería hipócrita decir que es solamente eso. Ahora me vendería sin pensarlo por el sueldo de esa réflex y me importaría un bledo lo que los demás opinaran, aunque no sé cuánto me duraría.

-Quieres decir que no crees que todo se arreglará cuando encuentres un trabajo.

-No lo sé, ojalá, ¿eh? Siento como si hubiera rebajado mi nivel de exigencia, pero en vez de sentirme liberado me he quedado seco.

De igual manera que los niños dibujan de pequeños y casi nadie sigue haciéndolo de mayor, todo el mundo pasa por una época de creerse buen fotógrafo, hasta que se le pasa. Asumo por su comentario de antes que él abandonó ese hobby y, arriesgándome a que me diga lo contrario, le pregunto muy convencida que por qué dejó de hacer fotos.

-Al principio hacía fotos porque me gustaba elegir la manera en que recordaría el pasado. Pero empecé a ver las de los demás y me di cuenta de que todos fotografiábamos las mismas cosas de la misma manera, y pensé que si ya lo hacían los demás no tenía ningún sentido jugar a hacer lo mismo. Además, si quería recordar las cosas era mejor que hiciera un esfuerzo y las recordara y punto, en vez de limitarme a verlas como las había vivido en el momento… Lo malo es que, en vez de recordarlas, las olvido. Es una de esas soluciones a un problema que no te lo resuelven pero que acaban con el dilema, no sé si me entiendes.

Le digo que lo que me comenta se puede aplicar a cualquiera cosa. Hay pocas cosas dentro del ámbito laboral que puedan ser verdaderamente originales, si lo piensas bien nadie es imprescindible y salvo contadas excepciones -probablemente magnificadas- todo el mundo puede hacer el trabajo de los demás.

-En estos momentos todos sueñan con ser alguien, pero cada vez me parece más difícil lograrlo. Nos encanta la democracia, pero todo el mundo aspira a tener el carné de un club de élite. Y aunque cada vez es más fácil que se fijen en ti, si un club privilegiado deja entrar a todo el mundo acaba convirtiéndose en un macrobotellón en el que nadie se molesta en comprobar si tienes los zapatos limpios. Basta con traer una botella de ron, hielo y vasos de plástico.

-¿Cuál dirías que es el club de élite en este momento?

-Si supiera cuál es el club de élite creo que estaría trabajando para entrar, o al menos tendría claro por qué no tengo capacidades para ser admitido y lucharía por asumirlo. El problema es que ahora mismo todos los clubs me parecen una puta mierda, sinceramente. Sufro por no pertenecer a ninguno, pero en el fondo es que no encuentro uno que me motive.

Con tanta metáfora me entra sed, le pido una cerveza y contesta amablemente que me sirva yo misma del frigorífico. Me encanta esa respuesta porque de toda la vida me ha gustado hurgar en las neveras ajenas. Ésta, en concreto, es bastante desoladora: hay una lechuga arrugada, un paquete de jamón york y queso de Casa Tarradellas y quedan tres cervezas que, en el colmo de la vagancia, no han sido arrancadas de las esposas de plástico. Cojo una lata y vuelvo al salón.

-Llevas un año sin trabajar, ¿de qué vives?

-Del paro. Se me acaba en tres meses.

-¿Estás buscando trabajo?

-Me vuelvo histérico cada vez que suena el móvil, pero no hay ofertas. O a mí no me las hacen. He dado la voz de alarma a todos mis contactos y hace meses mandé decenas de emails y eché varios currículos. La verdad es que me deprime muchísimo el tema del CV, si alguien quiere conocerme le saldría más a cuenta tomarse una cocacola conmigo durante media hora en vez de leer la lista de cosas supuestamente reseñables de mi vida. Claro que para los trabajos con los que ahora mismo me conformo tampoco le hace falta a nadie saber lo listo que soy. Creo que ahora mismo poca gente realista aspira a un trabajo que esté a su altura, me pregunto si quedan trabajos de ésos. Y no sólo eso, la ironía de esto es que yo no estoy a la altura de puestos que en realidad me llegan a los tobillos. Así que el tema de la altura es relativo… Sí, estoy buscando.

-Bien, ha quedado claro que por el momento no confías en autorrealizarte mediante el trabajo. ¿Es suficiente eso para sentirse un miserable?

-Nos han vendido que podíamos hacerlo. Nosotros nos lo hemos tragado y ahora toca digerir que no, que no te vas a autorrealizar en el trabajo. Darte cuenta de que no es posible lleva un tiempo, imagino que no seguiré toda la vida bebiendo cervezas y lamentándome de no haber podido ser lo que no soy, pero mientras llegue ese momento prefiero apretar los puños y esperar a que todo esto se resuelva solo, o al menos a que deje de afectarme. Imagino que podría asumir todo esto, buscar la felicidad en el cine o en el gimnasio, decirle a mi madre que la quiero y sonreír por el mero hecho de estar vivo. Es una de las dos opciones que hay, pero no me sale y por el momento tampoco me apetece que me salga, qué quieres que te diga.

-¿Cuál es la otra opción?

-Coger fuerzas y seguir intentándolo. Pero para eso tienes que saber qué quieres intentar, y yo ahora dudo de todo.

Le pregunto cuál cree que es la peor de las dos salidas que plantea y afirma que rendirse es perder la batalla, pero que luchar es arriesgarse a acabar mutilado.

-Por eso por el momento prefiero quedarme quieto, porque un camino no me lleva a ninguna parte y el otro no tengo fuerzas para empezarlo.

-El problema es que lo de quedarse quieto deje de ser algo provisional y se convierta en una actitud vital- señalo yo, tocapelotas.

-Ése es el gran miedo, estoy de acuerdo. Es curioso porque el miedo puede dejarte paralizado o hacer que te precipites inútilmente. Yo creo que estamos todos acojonados como pollitos. Además, hemos pasado de la sociedad que sacralizaba el trabajo por el simple hecho de ser un trabajo a la sociedad que sólo aplaude el trabajo que es una proyección de tu espíritu. Y de repente te encuentras con que ni una cosa ni la otra. ¿Qué haces? Los tiempos han cambiado, pero nosotros evolucionamos más despacio. Además, evolucionar es una palabra muy romántica, pero nosotros tenemos que dar un paso atrás. Y eso encima mola menos.

-Además, quien no actúa no tiene que rendir cuentas.

-Exacto, pero eso sólo sirve un tiempo, después toca hacer algo con tu vida o entregarte a las pastillas. A mí me llegará ese momento, lo sé, pero por ahora prefiero cerrar los ojos. Ver la tele, entrar en Internet, ensuciar el piso y sentirme bien recogiéndolo todo antes de cenar para por fin meterme en la cama con la conciencia limpia por no habitar en una pocilga y premiarme pasando diez horas seguidas durmiendo sin estar todo el rato sintiéndome un inútil.

Lo bueno de hacerle preguntas a alguien cuyo nombre no significa nada para la gente -el mayor pesar de mi entrevistado, por mucho que lo niegue- es que éste puede sincerarse a lo bestia sin miedo a decepcionar a nadie. Los anónimos no necesitan fingirse especiales, no tendría ningún sentido. Me despido de Juanjo y hago el gesto de llevar mi lata, vacía, a la bolsa de la basura de la cocina. Pero me dice que no me preocupe, tiene que recoger la casa después y así se entretiene. Visto lo visto, no querría yo librarle de su único placer, así que dejo la lata junto a las demás y le prometo que le haré llegar este artículo en cuanto esté publicado el número 17 de la revista Madrid Joven, especial frustrados.





El mal de Franny

4 10 2010

A veces no sé si es que soy muy lista pero me falta una llave o es que soy tremendamente idiota y he confundido una pared con una puerta. El caso es que llevo meses varada y se me está quedando cara de idiota.





Necesito trabajar

6 09 2010

Cervezas, un yogur y el DVD de Lost in Translation. La receta exacta para volverse loca.





Tener el control

10 08 2010

Le tranquilizaba tener el control. Incluso antes de la enfermedad, en el cajón de la cómoda nunca habían faltado preservativos y tranquilizantes. Por si acaso, siempre por si acaso. Hubo un tiempo en que los anticonceptivos ganaban por goleada a las pastillas, ahora estaban todos empatados a doce. Intuía, resignado pero tampoco abatido, que no habría necesidad de comprar más condones, una docena sería suficiente para acabar sus días. Después pensó que no quería morirse desperdiciando nada y se dijo que la noche que gastara el último se tragaría la tableta de medicamentos entera. Le tranquilizaba tener el control y, además, qué coño, era un rata.





La brasa a diario

10 08 2010

¿Qué tienen en común ser vegetariano y fumar? Todos los días, al menos una vez, alguien te va a preguntar que por qué lo haces.

Una razón más para seguir comiendo hamburguesas.





Sufrir (es mejor que esperar)

30 07 2010

Escuchaba temas de solistas cubanas que le cantaban al desamor rompiéndose la voz con agonía y desamparo. Sólo tenía 14 años y soñaba con salir de su pueblo.





La niña

28 07 2010

-No me gusta que fumes- le soltó la niña sin dejar de mirar el cigarrillo, extasiada por el humo y todo lo prohibido y desafiante que ello implicaba.

-A mí no me gusta que toques el chelo- respondió su niñera, hasta las pelotas de aquel día de locos yendo de una clase magistral a otra arrastrando a una mocosa que la ignoraba excepto cuando caía en la cuenta de que su vida sería más cómoda si ella llevara su mochila a cuestas.

-Se lo diré a mamá y te vas a enterar.

Calada larga. Indiferente. Retadora.

-¿Puedo probar un poco?

-Tienes nueve años, por supuesto que no. Además, esto es muy caro.

-Tengo un billete- y mostró 5 euros, la niña siempre llevaba encima más dinero que ella.

La hizo sufrir tomándose un tiempo desproporcionado en expulsar el humo.

-No.

La niña desenfundó su puchero y cogió aire para volver a llorar, aún no se le habían secado las lágrimas de la última rabieta, por algo de no escoger no sé qué calle para volver a casa. Después de quince ataques de pánico, la simple visión del principio del estallido fue suficiente para convencerla de algo tan fuera de lugar como ofrecerle tabaco a un niño.

-NO LLORES. Darás una calada y no le dirás nada a tu madre, ¿estamos?

Automáticamente el puchero fue sustituido por un pestañeo y una boca que hubiera servido para hacer unos aritos de humo estupendos. Cogió aire, preparada para la experiencia de su vida.

-Muy bieeeen- la animó mientras aspiraba, como una madre primeriza que le da el biberón a su bebé.

Obviamente, se atragantó. Tosió y empezó a llorar con cara de angustia, sintiéndose nerviosa, estafada y culpable. Tres meses aguantando sus desplantes habían logrado que dejara de sentir empatía hacia la criaturita. La rabieta duró un tiempo indeterminado en el que ella siguió fumando y escuchando música mentalmente. La repelente se calló cuando le pareció oportuno, había visto algo que le llamaba la atención:

-¿Qué pone ahí?- y señaló la cajetilla.

-«Fumar mata»- mentirle a un niño, eso sí que no.

Volvió a llorar. Tenía la cara roja como el bote de ketchup que había volcado aposta en el mantel unas horas antes, la mano que guardaba el billete estaba apretada como cuando le pegó un puñetazo por haberle hecho daño al intentar peinar su estúpido pelo rizado con el cepillo de las muñecas (a pesar del sincero consejo de amiga, de sentido común, de no utilizar plástico barato para algo tan delicado como la cabeza femenina). Su mirada era de odio, superioridad y resentimiento, la misma con la que se levantaba cada mañana. La niñera, que no hacía tanto tiempo que había tenido nueve años, apagó el cigarrillo y se acercó a la pequeña. Se inclinó de rodillas para ponerse a su altura y le limpió las lágrimas delicadamente. Acarició su pelo y le fue abriendo con dulzura los deditos de la mano. Poco a poco, los hipos comenzaron a calmarse.

-Cariño…

La niña devolvió una mirada suplicante, con la mano extendida, abierta, indefensa.

-Me debes 5 euros.





El precio

25 07 2010

Siempre había defendido el derecho a equivocarse. El derecho a intentarlo y tropezar. El derecho a cagarla. Y eso fue lo que hizo, saltó con lo puesto y dejó atrás todo sabiendo que era difícil pero que quería intentarlo. Se rompió la cara, como todos habían previsto cómodamente desde sus sofás. En el baño, aprovisionado de algodones y gasas, se miró al espejo y se dijo que al menos ahora contaba con una certeza, que la incertidumbre y el miedo no le volverían a quitar el sueño por la noche. Con mucho dolor y un tanto forzadamente, sonrió. Desolado, descubrió que sus encías estaban vacías y que el poco marfil que quedaba en ellas estaba empapado de sangre.





Navidad, tiempo de alcohol y moralejas

25 12 2008

Me han regalado una botella de vodka. Es Absolut y está vestida de lentejuelas rojas, va más elegante de lo que yo iré nunca aunque no le tengo envidia porque sólo es una botella. Recuerdo que hace unos cuantos años yo tenía en el cuerpo una mezcla poco excitante de tristeza, melancolía y aburrimiento y entonces decidí salir de casa e irme a un bar de Malasaña (el barrio alternativo-guay de Madrid) a buscar aventuras. No sé si esto ya lo he contado aquí alguna vez.

Lo que de verdad quería era enamorarme esa noche. En las pelis te venden que si vas sola a un bar entonces se te acerca alguien que probablemente fumará y te soltará alguna frase tope ingeniosa que te hará reír. Entonces él daría un trago a su cerveza y tú aprovecharías para fijarte en su bíceps -bendito músculo- y pensar: o esa cerveza pesa mucho o este tipo tiene un brazo realmente admirable

Pero antes de que pase eso y continuéis con bromas cada vez más ingeniosas tirando a insinuaciones sexuales, tú te habías encontrado sola en la barra ante la camarera decidiendo qué copa pedir cuando en realidad no te apetece ninguna copa porque como hace de esto cuatro o cinco años tú aún no te habías aficionado a los cócteles y el alcohol seguía siendo algo de mayores que vestía mucho pero que sabía peor y costaba más caro que una cocacolalight. Total, que te acabas pidiendo un vodka por descarte (martini es de niñas tontas, no has abordado ningún barco como para brindar con ron, y whisky es de tíos con barba de dos días). Deduces que lo más sexy es pedirte vodka, y si eliges acompañarlo de naranja es por pura estética, porque esa noche el naranja te parece más mono que el amarillo (a veces las decisiones vitales son así de idiotas).

En fin, recuerdo que pensé que había salido ya de ese marrón cuando me preguntaron qué marca de vodka quería y ya la cagué porque ya me había costado decidir que quería vodka, pues imagínate ya la marca. Así que hice como si en vez de una camarera de bar, aquella chica (o chico, la verdad es que no lo recuerdo) fuera un camarero de mesón segoviano que pudiera recitarme entera la carta de postres. El o la camarero debió de calarme –menuda parda- aunque hizo el esfuerzo de enumerarme todas las marcas de vodka que tenía y yo pedí una de nombre ruso que era más o menos pronunciable.

Al final me tomé mi copa y no se acercó nadie a hablar conmigo, ni fumador ni no fumador. La historia parece patética pero en realidad aprendí una cosa: que salgas de casa buscando una escena de película y ésta no suceda no quiere decir que las escenas de película no pasen nunca, simplemente es que esa noche no estaban rodando.

Hoy hubiera pedido Absolut en vez de la marca rusa que no recuerdo, porque alguien que teje un vestido de lentejuelas rojas a una botella no puede ser mala persona. Y si lo es, entonces es una mala persona muy original, y eso ya es bastante de película.

Mi botella bonita y brillante (BBB)





Por fin, la entrevista de Areces

10 11 2008

Ya he colgado en Raza Becaria la entrevista que le hice a Carlos Areces, allá por julio:

Captura

Hope you like it.





Chi vas, páchatelo bien (o Crónica de una sofisticada noche en The Chivas Studio)

6 11 2008

Tenía pendiente hablar del concierto de Solange Knowles (o sea, la-hermana-de-Beyoncé) al que me invitó Acia, la única chica con acento francés que me llama al móvil (por no decir la única chica que me llama al móvil).

 

El concierto, breve y correcto, tuvo lugar en The Chivas Studio, un lugar al que sólo se accedía mediante invitación, que daba a la calle Atocha sin que hubiera ningún elemento que lo identificara como tal. Es decir, o sabías la dirección a la que acudir, o nadie que pasara por el portal adivinaría que dentro había una sala de altos techos y paredes blancas con cantidad de gente guapa que lo mismo vestía taconazo que calzaba una deportiva millonaria. Como todo el mundo entraba por invitación, se hacía necesario distinguir a los que eran “más VIP que los demás”, y esa era la función de una pulserita que a mí no me dieron. Con ella podías acceder al piso de arriba y no sé si a más cosas. La verdad es que en el hipotético caso de haberla adquirido dudo que me hubieran dejado subir, porque mis deportivas no eran millonarias, ni tampoco mi camiseta de tirantes ni mis vaqueros sin marca. Era tan poco guay que probablemente fuera la más guay de la fiesta (aunque ellos no lo notasen).

 

 

La hermana de Beyoncé cantó bien, el problema fue que sus canciones no terminaron de romper. Eran entretenidas y ella lo daba todo, pero se echó en falta algún éxitazo que hiciera vibrar el hielo de las copas gratis que se sirvieron antes y después de su actuación, porque prohibieron beber y fumar durante ésta.

Solange Knowles durante su actuación

Además de la estrella de la noche, también se dejaron ver algunas caras conocidas: el chico joven de Matriomoniadas –que no bebía alcohol porque no había cenado-, Cristina Piaget –que se puso delante de mí durante el concierto y me tuve que dar la vuelta porque me estaba comiendo literalmente su pelo de modelo-, Laura Ponte (la dueña del local, como me explicó el casi diplomático Quico), Macarena González (Sexykiller), Marta Sánchez, una mujer que creemos que era Lucía Etxebarría pero que no pudimos confirmar y más gente que seguramente era famosa pero que yo no conocía.

 

También hubo, en contra de lo que esperábamos los pardos de la fiesta, canapés. Y digo que no lo esperábamos porque el ambiente era tan sofisticado, distinguido y frío que parecía completamente fuera de lugar masticar. Afortunadamente, nos equivocamos y pasaron un montón de bandejas con aperitivos que podrían haberse llevado el premio miss canapé mejor presentado.

 

Y eso fue todo, espero que la señorita Solange se haga famosa para poder decir eso de: “Yo la vi cuando tú ni siquiera sabías escribir su nombre”.

 

PD: Acia me ha nombrado Buzz Angel, y he respondido a una entrevista haciéndome la graciosa.





Me mola Miley

29 10 2008

Me mola Miley Cyrus. Además desde el primer momento. Empecé a verla este verano en Disney Channel en su famosa serie, Hannah Montana. Es una tipa joven, guapa y fresca (bastante más que Hilary Duff en su época, pero del mismo estilo): lo suficientemente lista como para no irse con las animadoras del insti pero lo suficientemente ridícula adolescente como para meterse en líos la mayoría de las veces causados por el «soy insegura, qué dirán».

Bueno, ha sacado single y aunque el vídeo clip es bastante lo peor con niñas de trece años cantando cabreadas a sus osos de peluches o incluso echándole la bronca a una bola con nieve dentro (?), medio llorando medio poniendo morritos, medio jugando a ser Sid Vicious. Me encanta, y encima musicalmente el estribillo está genial (por favor, que la saquen en Sing Star ). En serio, bienvenida Miley Cyrus, si tuviera una hija la llevaría a tu concierto hasta que crecieras y perdieras de repente la fama o hasta que te hicieras implantes de tetas y empezaras a emborracharte en las fiestas de LA.

Por cierto, gracias a JOSE CHUPA he llegado a un vídeo parodia de este que os he plantado y la verdad es que tiene mucha gracia.





Entrevista a Nacho Vigalondo

21 10 2008

Esta mañana entrevisté a Nacho Vigalondo y me he pasado todo el día editando el vídeo con ayuda del grafista más peligroso de la planta baja del edificio de laSexta. Podéis ver el vídeo en este enlace (artículo para la web) o en este otro (post para Raza Becaria).

Espero que os guste, la verdad es que yo me lo he pasado muy bien.





El programa de radio…

19 10 2008

Luis me ha pasado el enlace con el programa de radio en el que se puede escuchar mi bella voz y mi risilla de ratón.

http://boxstr.com/files/3885190_9861t/LA%20NOCHE%20DEL%20CINE%20-15-10-08.mp3