-No me gusta que fumes- le soltó la niña sin dejar de mirar el cigarrillo, extasiada por el humo y todo lo prohibido y desafiante que ello implicaba.
-A mí no me gusta que toques el chelo- respondió su niñera, hasta las pelotas de aquel día de locos yendo de una clase magistral a otra arrastrando a una mocosa que la ignoraba excepto cuando caía en la cuenta de que su vida sería más cómoda si ella llevara su mochila a cuestas.
-Se lo diré a mamá y te vas a enterar.
Calada larga. Indiferente. Retadora.
-¿Puedo probar un poco?
-Tienes nueve años, por supuesto que no. Además, esto es muy caro.
-Tengo un billete- y mostró 5 euros, la niña siempre llevaba encima más dinero que ella.
La hizo sufrir tomándose un tiempo desproporcionado en expulsar el humo.
-No.
La niña desenfundó su puchero y cogió aire para volver a llorar, aún no se le habían secado las lágrimas de la última rabieta, por algo de no escoger no sé qué calle para volver a casa. Después de quince ataques de pánico, la simple visión del principio del estallido fue suficiente para convencerla de algo tan fuera de lugar como ofrecerle tabaco a un niño.
-NO LLORES. Darás una calada y no le dirás nada a tu madre, ¿estamos?
Automáticamente el puchero fue sustituido por un pestañeo y una boca que hubiera servido para hacer unos aritos de humo estupendos. Cogió aire, preparada para la experiencia de su vida.
-Muy bieeeen- la animó mientras aspiraba, como una madre primeriza que le da el biberón a su bebé.
Obviamente, se atragantó. Tosió y empezó a llorar con cara de angustia, sintiéndose nerviosa, estafada y culpable. Tres meses aguantando sus desplantes habían logrado que dejara de sentir empatía hacia la criaturita. La rabieta duró un tiempo indeterminado en el que ella siguió fumando y escuchando música mentalmente. La repelente se calló cuando le pareció oportuno, había visto algo que le llamaba la atención:
-¿Qué pone ahí?- y señaló la cajetilla.
-«Fumar mata»- mentirle a un niño, eso sí que no.
Volvió a llorar. Tenía la cara roja como el bote de ketchup que había volcado aposta en el mantel unas horas antes, la mano que guardaba el billete estaba apretada como cuando le pegó un puñetazo por haberle hecho daño al intentar peinar su estúpido pelo rizado con el cepillo de las muñecas (a pesar del sincero consejo de amiga, de sentido común, de no utilizar plástico barato para algo tan delicado como la cabeza femenina). Su mirada era de odio, superioridad y resentimiento, la misma con la que se levantaba cada mañana. La niñera, que no hacía tanto tiempo que había tenido nueve años, apagó el cigarrillo y se acercó a la pequeña. Se inclinó de rodillas para ponerse a su altura y le limpió las lágrimas delicadamente. Acarició su pelo y le fue abriendo con dulzura los deditos de la mano. Poco a poco, los hipos comenzaron a calmarse.
-Cariño…
La niña devolvió una mirada suplicante, con la mano extendida, abierta, indefensa.
-Me debes 5 euros.
Encanto maquiavélico y sadismo inglés. Veo que te estás inspirando.
Sublime. Y yo soy duro de pelar.
Hell, yes!
Ana’s back.
Es autobiográfico? No me extraña que en UK los niños sean tan precoces con el tabaco…besotes!!
bravo
Please, edita tus feeds para que salgan enteros los post en el reader.
NOOOOOOOOOO. OH MY GOOOOOOOOOD. ES COMO EN MI AUGURIO. Un guiñapo fumador llevando por la mala vida a una pobre niña indefensa repelente de la pérfida Albión (con lo cual lo de indefensa es imposible).
Jajajaja, por dios, ¡que es ficción!
Empapadita de rencor autobiográfico, sí, pero ficción no obstante.
Me ha gustado, tentadora y al final … las cuentas.
Ja, ja